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Uno de los vicios del lenguaje administrativo consiste en anteponer por sistema el adjetivo al nombre:
Presunto delito, en “ha sido detenido por su participación en un presunto delito”.
Pertinente aplicación, en “normas legales de pertinente aplicación”.
Vigente reglamento, en “de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 22 del vigente reglamento”.
Preceptivo dictamen, en “conforme al preceptivo dictamen”.
Lo adecuado para la buena comprensión del mensaje es que el adjetivo siga al nombre (delito presunto, aplicación pertinente, reglamento vigente, dictamen preceptivo). En el lenguaje administrativo y jurídico este tipo de anteposiciones suelen obedecer a la necesidad de resaltar el adjetivo como el contenido más importante del mensaje. En el adjetivo presente, sin embargo, no hay opción, ha de ir siempre antepuesto: presente autorización, presente declaración, presentes diligencias.
En algunas ocasiones anteponer el adjetivo al nombre origina un sentido distinto al que se quiere significar:
Correspondiente pensión / pensión correspondiente
Se le ha concedido la pensión correspondiente.
Antepuesto quiere decir “la fijada”, “la ya establecida”; pospuesto significa “la que corresponda”.
Debido cotejo / cotejo debido
Que se presentarán para su debido cotejo.
En el primer caso quiere decir “conveniente”, “necesario”; en el segundo caso significa “que se debe”.
Diferentes plantas / plantas diferentes
Se expresará [la superficie] de cada una de las plantas diferentes en metros cuadrados.
El adjetivo antepuesto se aplica a las distintas plantas, porque todas lo son (sobra el adjetivo); el adjetivo pospuesto significa que solo se expresará la superficie de las plantas que son diferentes, de las “que difieren”.
Algo parecido pasa con el adjetivo adjunto, que cambia su significado según vaya delante o detrás del sustantivo:
Adjunto archivo / archivo adjunto
Le envío en archivo adjunto el informe que me ha pedido.
En el primer caso se convierte en verbo: [yo le] adjunto [a usted el] archivo en este correo. Si acompaña al verbo (adjunto remito) es adverbio; no es incorrecto, pero sí es redundante (sobra). Mejor: [le] remito [a usted] el archivo que me ha pedido.
Todo esto viene a cuento (y nunca mejor dicho) porque el otro día releyendo Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, me encontré con el siguiente delicioso diálogo entre la protagonista, el Sombrerero y la Liebre de Marzo (¡y el Lirón!):
El Sombrerero abrió desmesuradamente los ojos al oír aquello; pero solo respondió: “¿En qué se parece un cuervo a un pupitre?”. “Vaya, parece que vamos a divertirnos –pensó Alicia–. Me gusta que empiecen jugando a las adivinanzas…”
–Creo que podría adivinarlo –añadió en voz alta.
–¿Quieres decir que crees poder encontrar la solución? –dijo la Liebre de Marzo.
–Exactamente –dijo Alicia.
–Entonces deberías decir lo que quieres decir –añadió la Liebre de Marzo.
–Es lo que hago –se apresuró a replicar Alicia– ¡o por lo menos… por lo menos quiero decir lo que digo! Viene a ser lo mismo, ¿no?
–¡Qué va a ser lo mismo! –dijo el Sombrerero–. Si así fuera, podrías decir que veo lo que como es lo mismo que como lo que veo.
–También podrías decir –añadió la Liebre de Marzo– que me gusta lo que tengo es lo mismo que tengo lo que me gusta.
–También podrías decir –añadió el Lirón, que parecía hablar dormido–, que respiro cuando duermo es lo mismo que duermo cuando respiro.
–Es lo mismo para ti –dijo el Sombrerero, y en este punto la charla se interrumpió.
Pues eso. Que a la Administración le ocurre lo mismo que a Alicia: quiere decir una cosa y luego dice otra. Y el ciudadano no se entera.
No conocía la anécdota; muy ilustrativa. El problema del lenguaje administrativo lo sufro yo también, incluso siendo cómplice como funcionario. Me doy cuenta a veces, al escribir informes, oficios o peor aún, escritos a ciudadanos, que de manera mecánica tiendo a utilizar términos o expresiones demasiado «burocratizados».
Quizás creamos que escribiendo con circunloquios o de manera poco sencilla la Administración y sus funcionarios siguen manteniendo un ‘estatus’ especial. O tal vez las normas nos encasillan en un estilo poco claro.
Gracias por tu comentario. Por mi experiencia en los cursos de lenguaje administrativo que imparto sé que la tónica general es de gran sensibilidad ante este asunto. Lo que hay debajo es un problema de comunicación entre la Administración y el ciudadano. Y eso lo sufren tanto los ciudadanos, que no entienden lo que se les dice (¡y a veces de forma imperativa!) como los empleados públicos, empeñados, como es natural, con hacer bien su trabajo. En cuanto a las normas que citas, la mayoría de las veces (no siempre, claro está) se trata de no cambiar para no arriesgar. Eso se solucionaría con un buen libro de estilo (algunas admnistraciones autonómicas lo tienen) y, desde luego, con la decisión política de un plan de transparencia. A ver si es verdad.
¡Cuanta razón lleva, profesor Badía! Me recordó la anécdota del fraile que preguntó a su superior si podía fumar mientras rezaba y obtuvo un «no» por respuesta. Otro, más sagaz, formuló la pregunta al revés: ¿Se puede rezar mientras se fuma? La respuesta resultó afirmativa y consiguió su propósito. ¿Qué propósito tiene la administración?
Saludos.
F. Glez.